sábado, 16 de agosto de 2014

El hombre y ella



El hombre y ella



“Soñé que tú existías, en ese breve espacio en donde solemos guardar nuestros deseos, sin saber diferenciar entre la ficción y la realidad, sin embargo, el sentimiento es palpable, verdadero, cierto, tan genuino como tu rostro, bello, atractivo, hermoso, que hace juego con tus ojos adornadas con tu pestañas y cejas.

Si, Soñé que tú existías, tan veraz como tu belleza y el perfume de tu aliento”.

Paulino Lucas Vázquez.



El hombre solía plasmar sus ideas en la roca,
ella, en muchas ocasiones era su inspiración,
el hijo trataba de aprender, los hermanos miraban,
el cincel sonaba y el hombre le dijo a ella,
“soñé que tú existías, soñé que tú existías”.

Ella sonreía a manera de gratitud, mientras
alimentaba a su hijo y hermanos,
el hombre trabajaba para ella y ellos,
habían creado su propio Edén,
ella era amable, ella era muy amable.

El hijo trabajó la tierra, los hermanos miraban,
el fruto creció, ellos comieron,
la amabilidad fue heredada en la
espalda del hijo y ella exclamó,
“todos somos de todos, todos somos de todos”.

Los hermanos repartieron la tierra,
vivieron sobre la espalda amable del hijo,
el hombre lo plasmó en la roca,
los hermanos dividieron los corazones,
ellos destruyeron el Edén, ellos destruyeron el Edén.

El hombre envejeció, ella solía aún estar a su lado,
fueron buenos tiempos hasta que se marchitó la última flor,
el hombre cerró los ojos, ella lo hizo después,
los hermanos siguieron mirando, el hijo plasmó su herencia en la piedra,
“aparté mis ojos para ti, aparté mis ojos para ti”.

Paulino Lucas Vázquez.